9/16/2011

Comemos como pensamos : Transformación y cambio cultural de las categorías de alimentación

El cambio, la innovación, la creatividad no son sino hipótesis basadas en contrariar lo que llamamos la realidad, que muchas veces no es otra cosa que lo acostumbrado.
En particular me refiero a la cultura alimentaria, el conjunto de hábitos y valores que los determinan relacionados con lo que comemos y con el modo de comerlo. Cultura que está en los ingredientes y productos que integramos en nuestra dieta, en el modo de combinarlos, en el uso específico que les damos, en aquello que consideramos tabú pero también en aquello que sin constituir una trasgresión resulta totalmente inconcebible.
Comemos en función a conocimientos adquiridos y anclados en nuestra mente que anclan profundamente consideraciones, prevenciones o cuestiones que someten a ingredientes y productos alimentarios elaborados a una condena-perceptual de la que no se salvan ni libera nadie. Una prisión de pensamientos que aprisiona y esclaviza y que permite que el negocio de determinados ingredientes y productos se desarrolle en el margen permitido por esa cárcel de saberes e ideas que una cultura alimentaria dada ha construido entorno a ellas.
Lo que comemos no son productos de origen vegetal o animal, sino las ideas, juicios y valoraciones que refuerza la necesidad, la experiencia o un sistema de valores que solo cambia cuando se le aplican fuerzas transformadoras.
No estoy hablando de marcas, estoy hablando de categorías y los negocios que se consolidan entorno a esas categorías. Una sección de un supermercado es ciertamente una representación de un género de productos y todo el complejo entramado del sistema alimentario tanto de producción como de distribución. Esas secciones de supermercado son en realidad cadenas de juicios de valor, percepciones, pensamientos que se producen, se venden y se consumen.
Todos los productos que consumimos han sufrido un proceso de adopción que en el fondo es un proceso de aceptación e integración cultural.
Todo el consumo, todo el marketing se produce en un sistema y contexto cultural que vertebra ideas.
Y es que si comemos como pensamos, para cambiar nuestra manera de comer tendremos que cambiar nuestra manera de pensar.
¿Que implica esto? Desactivar percepciones, inocular pensamientos, generar oportunidades de cambio de perspectiva a través de la experiencia o el uso de palancas cognitivas, emocionales o culturales.
Como cambiamos las operaciones de nuestros ordenador o nuestro Smartphone? Introduciendo series de comandos cifrados que generan secuencias y algoritmos específicos. Nada sencillo, pero no por eso imposible.
La mente humana, de hecho la mente alimenticia, se nutre de información y saber que pone en relación y que encadena para que creen unidades de significado. Necesitas datos y contenidos, que admite a través de estímulos sensibles que transportan información a la que dará sentido en función a patrones y modelos.
Podemos cambiar la mente hambrienta, a través de inputs nuevos y no conocidos, o a través de desactivar y dejar sin presencia otras formas de información o contenido. Incluso podemos cambiar los patrones que vinculan y crean unidades de sentido para estos inputs.
Debemos ser claros con nosotros mismos: ¿somos capaces de tomar distancia y juzgar nuestra categoría negocio con distancia, siendo capaces de desentrañar el entretejido de ideas y pensamientos que sostienen lo que fabricamos y vendemos?



9/01/2011

¿Quién debe "soñar" el futuro de las marcas? (publicado en IPMARK número 763)

Innovar tiene algo de provocación, especialmente en los estadios más tempranos, cuando la influencia de lo asumido y convencional puede acabar con cualquier ímpetu de cambio. Ese cambio que muchas veces es una demanda tan y tan inconsciente, que por estar, está solo en la cabeza de un puñado de iluminados, esos que antes de ser llamados “innovators” los llamaban locos. En fin, que el cambio y la innovación son vulnerables cuando no incomodos, y no pueden dejarse en manos (¿o será cabezas?) poco predispuestas.
Por eso obsesionarse a condenar la transformación de las marcas, sea en oferta o discurso, al consenso del consumidor main-streamer puede resultar no solo frustrante sino ineficaz. Hay que entender, como hemos dicho, que las marcas son organismos en transformación y adaptación. Necesitan explorar oportunidades posibles, escenarios alternativos, cambios plasmados en ideas que les darían impulso y crecimiento. Pero esas transformaciones que revitalizan tienen que surgir en el ámbito de lo posible y alternativo, no de lo cómodo y predecible. La innovación no puede surgir de la conformidad, sino de la inquietud.
Adoradores de la marca o afiliados incombustibles, tocados de cierto talento, son capaces de “soñar” su transformación sin estar a cada paso del camino cuestionándose el cambio mismo.
Pero esa semilla de cambio, ese “what-if” necesita madurar, crecer, alcanzar su definición para estar preparado para enfrentarse primero al muchas veces amigable entorno hacia la experimentación de innovadores, para lograr luego hacer ese salto de la brecha (ver “Crossing the chasm” Geoffrey A. Moore) que lleva las ideas a la gente “corriente”. Es entonces cuando tenemos que entender que la adopción no es un frio proceso mental y transaccional, sino un complejo de emociones, influencias, expectativas y necesidades, menos atento a lo que necesitamos y más pendiente de lo que queremos y deseamos. Pero esa es otra parte de la historia.